En un mundo en crisis no solo del punto de vista económico, es muy agradable encontrarse con la solidaridad entre seres humanos, entre vecinos o simplemente gente que vez por la calle, clamando algo de consuelo, y escuchas su voz. Si no se expusieran hechos de vez en cuando, esto sonaría a palabras huecas, a palabras vacías, (yo lo he vivido), no hace muchos días. Un hombre que tenía un pequeño bar cerca del colegio Salesiano murió en el hospital de Antequera, en la cuarta planta de Medicina Interna, esa noche Trinidad su actual pareja lo acompañaba en los últimos soplos de vida. Una vida extraña, dura y con ruptura de lazos de sangre. Una vida que le tocó vivir, o simplemente él no supo vivirla mejor. En esos días en que se extinguía sus asientos aquí en la tierra, un vecino del pueblo, llamado Salvador y su mujer asistieron, acompañaron, consolaron sus pagarés con la vida. De justos es que alguien se entere, de que tanto Salvador como su mujer Ana, amigos hasta la muerte, dejaron a un lado los prejuicios que atenazan las buenas intenciones y ayudan al ser humano a crecer. La muerte de Morente no solo ha dejado solidaridad, sino también una muestra de lealtad y justicia por parte de un hombre que a lo largo de su vida, costaba verle algo de bueno en su corazón. Antes de irse Morente ajustó sus cuentas pendientes con la vida y su corazón vació su ira, mientras Trinidad recogió su halo de despedida y generosidad. (E-mail enviado a cartaojal.com por un grupo de amigos de Morente)
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